domingo, 9 de enero de 2011

John Berger

¿DÓNDE ESTAMOS?

   Quiero decir al menos algo sobre el dolor que existe en el mundo hoy día.
   La ideología consumista, que ha llegado a ser la más poderosa e invasiva del planeta, se propone persuadirnos de que el dolor no es más que un accidente, algo contra lo que podemos asegurarnos. Esta es la base de la lógica que convierte a dicha ideología en despiadada.
   Todo el mundo sabe, por supuesto, que el dolor es consustancial a la vida, y quiere olvidar que es así o relativizarlo. Todas las variantes del mito de la caída desde una Edad de Oro, antes de que el dolor existiera, son un intento de rechazar el dolor que se padece en el mundo. Aún más lo es la invención del Infierno, ese reino adyacente del dolor como castigo. También el descubrimiento del Sacrificio. Y más tarde, mucho más tarde, del principio del Perdón. Se podría afirmar incluso que la filosofía llegó a existir gracias a la pregunta: ¿Por qué hay dolor?
   Y sin embargo, una vez dicho todo esto, el dolor actual de vivir en el mundo tal vez carezca, en cierto modo, de precedentes.
   Escribo de noche, aunque es de día. Un día de principios de octubre de 2002. Durante una semana, casi, el cielo de París ha sido azul. Cada día el crepúsculo llega un poco antes y cada día su belleza es más magnífica. Hay mucho temor por lo que en breve puede que ocurra: las fuerzas militares de Estados Unidos lanzarán su guerra “preventiva” contra Irak para que las corporaciones petrolíferas americanas puedan extender sus dominios y supuestamente asegurar los suministros de crudo. Algunos esperan que esto llegue a evitarse. Entre las decisiones anunciadas y los cálculos secretos, todo está muy poco claro, ya que las mentiras preparan el camino a los misiles.
   Escribo de noche, una noche de vergüenza.

   Al decir vergüenza, no la entiendo como una culpa individual. Vergüenza, tal como yo la concibo, es una especie de sentimiento que, a la larga, corroe nuestra capacidad para sentir esperanza y nos impide mirar hacia delante, a lo lejos. Bajamos la mirada hacia nuestros pies y pensamos únicamente en el próximo, y mínimo, paso.
   En todas partes la gente –bajo diferentes condiciones- se pregunta: ¿Dónde estamos? La cuestión no es geográfica, sino histórica: ¿Qué estamos viviendo? ¿Dónde hemos sido capturados? ¿Qué hemos perdido? ¿Cómo saldremos adelante sin una visión creíble del futuro? ¿Por qué hemos perdido toda concepción de lo que hay más allá de la vida?
   Los opulentos expertos responden: Globalización, post-modernidad, revolución de las comunicaciones, liberalismo económico. Los términos son tautológicos y elusivos. Ante la angustiosa cuestión de ¿dónde estamos? los expertos murmuran: ¡En ninguna parte!
   ¿No sería mejor afrontarlo y declarar que estamos sometidos al más tiránico caos –puesto que es el más omnipresente- que ha existido jamás? No es fácil comprender la naturaleza de la tiranía, puesto que su estructura de poder (que se extiende desde las más de 200 corporaciones multinacionales al Pentágono) está perfectamente trabada y sin embargo es difusa, es dictatorial y sin embargo anónima, ubicua y sin embargo carente de lugar. Tiraniza desde los paraísos fiscales, pero no sólo en términos de derecho fiscal, sino en términos de control político de todo lo que la rodea. Su aspiración es deslocalizar el mundo entero. Su estrategia ideológica –al lado de la cual la de Bin Laden es un cuento de hadas- es socavar lo que existe hasta que todo colapse en su particular versión de lo virtual, en cuyos dominios –y éste es el credo de la tiranía- establecerá una inagotable fuente de ganancias. Suena estúpido. Las tiranías son estúpidas. Ésta está destruyendo la vida en el planeta en todos los niveles en los que opera.
   Ideologías aparte, su poder está basado en dos amenazas. La primera es la intervención, desde el cielo, del más potente estado armado que hay en el mundo. Se le podría llamar “Amenaza B52”. La segunda tiene que ver con el implacable endeudamiento, la bancarrota y, en consecuencia, dadas las actuales relaciones productivas existentes, la muerte por hambre. Se le podría llamar “Amenaza Cero”.

   La vergüenza comienza con la evidencia (reconocida por todos pero rechazada, al estar fuera de nuestro alcance) de que gran parte del sufrimiento actual podría aliviarse o evitarse si se tomaran ciertas decisiones realistas y relativamente sencillas. Hay una relación directa entre las minutas de una reunión y los minutos de agonía.
   ¿Merece alguien ser condenado a una muerte cierta sólo por no tener acceso a un tratamiento cuyo coste no superaría los dos dólares diarios? Esta misma fue la pregunta que planteó la presidenta de la Organización Mundial de la Salud el pasado mes de julio. Hablaba sobre la epidemia de SIDA en África y en otras partes del mundo, cuya cifra estimada de muertos para los próximos dieciocho años es de 65 millones de personas. Yo hablo del dolor de vivir en el mundo actual.
   La mayoría de los análisis y pronósticos sobre lo que ocurre son incomprensiblemente presentados y realizados en el contexto y a través de disciplinas separadas: económicas, políticas, periodísticas, de salud pública, ecología, defensa del Estado, criminología, educación, etc… En realidad, cada uno de estos campos especializados depende de los otros para configurar el terreno de lo que se está viviendo. Sucede que las personas, en sus propias vidas, sufren por injusticias y errores que se clasifican en categorías separadas, mientras que el sufrimiento de todas ellas en conjunto es simultáneo e inseparable.
   Un ejemplo cercano: algunos kurdos, que huyeron la semana pasada a Cherburgo, a los que el gobierno de Francia ha negado el asilo político y que corren el riesgo de ser repatriados a Turquía: pobres, políticamente indeseables, desposeídos, exhaustos, ilegales, indefensos. ¡Y ellos sufren esas condiciones una por una y todas a la vez!
   Al abordar lo que está ocurriendo, es necesaria una visión interdisciplinar capaz de conectar los “campos” que institucionalmente se mantienen separados. Y cualquier visión particular ha de unirse a las otras para ser (en el sentido original de la palabra) política. El requisito previo para pensar políticamente a escala global es ver el sufrimiento innecesario, en su unidad, ocupando su sitio.

*

   Escribo de noche, pero no sólo veo la tiranía. De ser así, probablemente no tendría el coraje para seguir escribiendo. Veo a la gente dormirse, agitarse, levantarse a beber agua, susurrar sus proyectos o sus miedos, hacer el amor, rezar, cocinar algo mientras el resto de la familia duerme, en Bagdad o Chicago. (Sí, veo también a los invencibles kurdos, 4000 de los cuales fueron gaseados –con la conformidad de los Estados Unidos- por Saddam Hussein.) Veo a los pasteleros trabajando en Teherán y a los pastores, como bandidos, durmiendo entre sus rebaños en Cerdeña; veo a un hombre en el barrio de Friedrichshain de Berlín, sentado en pijama con una botella de cerveza mientras lee a Heidegger con manos proletarias; veo una patera cargada de inmigrantes ilegales frente a las costas españolas; veo a una madre en Mali llamada Aya, que significa “nacida el viernes”, acunando a su hijo; veo las ruinas de Kabul y a un hombre volviendo a su casa, y sé que a pesar del dolor, la ingenuidad de los supervivientes permanece inalterable, la ingenuidad del que rebusca entre despojos y repone energías; y en la incesante astucia de esa ingenuidad hay un valor espiritual, algo como el Espíritu Santo. Estoy convencido de esto, ahora, en la noche, aunque no sepa por qué.

*

   Hace poco más de un siglo que Dvorák compuso su Sinfonía del Nuevo Mundo. La escribió mientras era director del Conservatorio de música de Nueva York; y fue su escritura la que le inspiró para componer, dieciocho meses más tarde, su sublime Concierto para violonchelo. En la sinfonía, los horizontes y las colinas onduladas de su Bohemia natal se convierten en promesas del Nuevo Mundo. Sin grandilocuencia, sino con fuerza y continuidad, pues son ellas las que se corresponden con los anhelos de los que nada pueden, de los que son injusta y erróneamente llamados “simples”, de aquellos a los que se dirigió la Constitución de Estados Unidos en 1787.
   No sé de ninguna otra obra de arte que exprese de un modo tan directo y vigoroso (Dvorák fue hijo de campesino y su padre soñó con verlo convertido en carnicero) las creencias que inspiraron a las generaciones y generaciones de inmigrantes que llegaron a ser ciudadanos estadounidenses.
   Para Dvorák la fuerza de esas creencias era inseparable de una especie de ternura, un profundo respeto por la vida tal como puede encontrarse a menudo entre los súbditos de un gobierno (a diferencia del que existe entre los gobernantes). Y con ese espíritu fue acogida la sinfonía en su primera representación pública, en el Carnegie Hall, el 16 de diciembre de 1893.
   A Dvorák le preguntaron qué pensaba del futuro de la música en los Estados Unidos y él recomendó a los jóvenes compositores que prestaran atención a la música de los indios y los negros. La Sinfonía del Nuevo Mundo expresó una esperanza sin fronteras que, paradójicamente, es bien recibida porque se centró en una idea de hogar. Una paradoja utópica.
   Hoy, en el mismo país que inspiró esas esperanzas, el poder está en manos de una camarilla de fanáticos (que quieren limitarlo todo excepto el poder del capital), ignorantes (que sólo reconocen la realidad de su propio poder destructor), hipócritas (que aplican un doble rasero en todas las cuestiones éticas, uno para ellos, otro para los demás) y despiadados conspiradores del B52.
   ¿Cómo ha ocurrido esto? ¿Cómo han llegado Bush, Murdoch, Cheney, Kristol, Rumsfeld y compañía a donde han llegado? La pregunta es retórica ya que no hay una sola respuesta, e inútil, pues no afectará en nada a su poder. Pero preguntárselo ahora, en la noche, revela la enormidad de lo sucedido. Estamos escribiendo sobre el dolor en el mundo.
   Tenemos que rechazar el discurso de la nueva tiranía. Sus términos son basura. En las interminables y repetitivas charlas, en los anuncios, conferencias de prensa y amenazas, los términos recurrentes son: Democracia, Justicia, Derechos Humanos, Terrorismo. Cada palabra, en ese contexto, significa lo contrario de lo que una vez llegó a significar.
   La democracia es una propuesta (raramente realizada) sobre las tomas de decisiones. Tiene poco que ver con las campañas electorales. Su promesa consiste básicamente en que las decisiones políticas se toman después de consultar con los gobernados, y basándose en dicha consulta. Esto depende de que los gobernados sean adecuadamente informados de los temas en cuestión, y de que los que toman las decisiones tengan la capacidad y el deseo de escuchar y tener en cuenta lo que han escuchado. La democracia no debería confundirse con la “libertad” de la alternativa binaria, la publicación de las preferencias de voto, o la masificación de las estadísticas. Esas son sus pretensiones.
   Hoy día, las decisiones fundamentales, cuyo efecto sobre el dolor innecesario hace aumentar el sufrimiento a lo largo y ancho del planeta, han sido y son tomadas unilateralmente sin que medie consulta abierta alguna o participación.
   Los estrategas militares y económicos se hacen cargo de que los medios juegan un papel crucial –no tanto en la derrota del enemigo corriente como en la extinción y prevención de las sublevaciones, protestas o deserciones. El grado de manipulación de los medios por parte de una tiranía es un indicador de sus temores. La de ahora teme la desesperación del mundo. Un miedo tan profundo que el adjetivo desesperado –excepto en su acepción de peligroso- no ha sido usado nunca.

   Sin dinero, la necesidad humana de cada día se convierte en dolor.

*

   Toda forma de impugnar esta tiranía es comprensible. Dialogar con ella no se puede. Para nosotros, vivir y morir apropiadamente, con dignidad, son cosas de las que hay que hablar dignamente y con propiedad. Dejadnos reclamar nuestras palabras.

   Esto está escrito de noche. En la guerra, la oscuridad no está del lado de nadie; en el amor, la oscuridad confirma que estamos juntos.


                                                           John Berger
                                                           Traducción de Abraham Gragera
  

6 comentarios:

  1. Un texto muy bueno y oportuno, ¿puedo compartirlo en facebook? Un beso, T

    ResponderEliminar
  2. Yo lo he compartido ya. Y debería hacerte una entrevista, porque tengo uno de tus poemas como quasi cabecera desde hace años... :)

    ResponderEliminar
  3. Gracias. Para eso está. Y más gracias por lo del poema. Me alegra mucho. Saludos.

    ResponderEliminar
  4. BUENÍSIMO,Y pensar que seguimos con la misma tiranía y dolor...espero que todo este sistema capitalista, consumista se derrumbe y tengamos que empezar desde cero, para limpiar esta sociedad llena de mentes egoistas.un beso y gracias.

    ResponderEliminar
  5. Gracias a ti por la visita y el comentario.

    ResponderEliminar